Somos uno para todos sobre el ancho cielo

Arte por : Colectivo Montefiero

En nuestro continente el tiempo resucita, dice un poema de la bogotana Emilia Ayarza (1919-1966). En esa vasta extensión de verdes, de naranjas que se abren con el sol y de suelos áridos teñidos de sangre, hombres y mujeres dejaron de ser simples obras de arte, estáticas y erguidas, como veían en sueños que reposaban sus héroes. En esta tierra envuelta de cicatrices, nos hemos convertido en los creadores de nuestro propio tiempo, buscando enmendar los errores de los puntos de partida. El eco de esas revelaciones creativas, que resuenan de país en país, son la guía que hoy nos permite construir los horizontes de nuestra historia y sus edificaciones. En este continente, somos los artífices del tiempo que nos queda.

Desde el momento en el que Sebastián de Belalcázar fue derrotado por el pueblo Misak en Popayán el 28 de abril del 2021, en las noches de distintas capitales de Colombia, se respira las revueltas de un pueblo que ha despertado, suscitadas por el cansancio de un sistema político colonial, patriarcal y neoliberal. En esta lucha que recoge los reclamos de años y siglos anteriores, también convergen ecos de los enfrentamientos de 2019 en las calles de Bolivia por el fraude electoral, las de Chile por la desigualdad, en Ecuador por la eliminación de los subsidios a los combustibles, en Haití por la escases de gasolina y alimentos, en Honduras por la exigencia de la renuncia de su presidente. Y así han sido los tiempos desde Zapata y Quintín Lame.

En medio de este grito continental, en Sombralarga nos sumamos a la posibilidad de seguir gestando nuestro tiempo presente. Nuestra labor será, para este caso, compartir con ustedes un número doble de Latinoamérica, sumergiéndonos en los rastros narrativos del continente, múltiples e inacabados, creyendo firmemente que podemos volver a trenzar los hilos de la historia para remover las convicciones que han sido establecidas.

¿Cuántas Latinoaméricas caben en su literatura? Por su larga duración, en la literatura latinoamericana convergen expresiones de patrias rotas y de países efímeros. El recuerdo de otro país que ya no será nuestro, lenguas vigentes que se agotarán en nuestro castellano, el vértigo permanente de encontrar las raíces adecuadas. Como dice el poeta chileno, Raúl Zúrita, como un montón de escombros se vio entonces el país roto. Ese abismo proteico, más que un recuerdo añejo, es parte de nuestro presente errante. En esa identidad móvil y en los sueños hechos ruinas, quedan las sombras de lo que somos y la posibilidad de construir nuestros vínculos. La literatura latinoamericana será la cosecha de voces resueltas que se aprestan a darles rumbos a los encuentros para generar lazos.

En esta primera entrega tenemos diez textos que nacen en medio de las grietas brasileñas, guatemaltecas, mexicanas, cubanas y colombianas. Leyendas de deidades infames (Citipio), murmullos invariables de los pueblos donde los niños no pueden gustar de su propio género (Silencio, que nadie escuche), manifiestos políticos de la no pertenencia (¿Quién teme a Reinaldo Arenas? Notas sobre el exilio), cuentos de amor furtivo de una puta erudita ("Tan sólo un saxofón", cuento de Lygia Fagundes Telles y apuntes de traducción), poemas en los que el aire está cargado de hormigas en la garganta (Dios no visita a los países latinoamericanos), poemas de exilios y regresos (Santiago), poemas yanaconas que son minga ("Nukanchis kan causay pachacaypi": selección bilingüe del poeta de Fredy Chicangana), poemas sobre los nacimientos eternos (Nacimiento del sol), poemas con silencios ante tanta miel derramada, sin semillas y sin tierra (Mi primer día en la historia de la humanidad), poemas insurrectos que afirman que "en nuestro continente el tiempo resucita" ("Ambrosio Maíz, campesino de América India", poema de Emilia Ayarza, con presentación de Jenny Bernal).

 

Graffiti del artista colombiano Neve. Barrio San Felipe, Bogotá, junio de 2021