
García Márquez aprendió a escribir sus primeras crónicas leyendo a Tejada. Antes que Rivera o De Greiff, este antioqueño fue el mejor escritor de los años veinte.

Con su característica ironía Nicanor Parra solventa la trillada pregunta por quiénes son los cuatro grandes poetas de Chile diciendo, “son tres/ Alonso de Ercilla y Rubén Darío”. Chile no es solo silla o cuna de los gigantes Mistral, Neruda, Huidobro, de Rokha, Lihn, Parra, Teillier, Hahn, Maqueira, Martínez, Zurita o Rojas; es tierra fértil para el verso de los muchos que han hallado de paso, entre el Pacífico y los Andes, hogar, temblor o amistad.
Con este dosier, Sombralarga, desde su nocturno colombiano, se complace de conectar lazos de amistad con la escritura de sus contemporáneos en el país del Pacífico Sur. La poesía de Andrés González, Juan Esteban Plaza, Juan Santander Leal y Felipe Toro presenta diversas vetas por las que preocupaciones tradicionales y nuevas en el registro de la poesía latinoamericana y, en particular, chilena pueden transitar. El lenguaje ecológico que Delia Domínguez y el peruano Eduardo Chirinos han explorado, la presencia de la ciencia ficción y la experimentación verbal propia de Diego Maqueira, el tono nostálgico y bucólico del sureño Jorge Teillier y la acidez paródica de Bruno Vidal o Armando Uribe, están presentes en esta breve selección poética. Así como la forma de la flor invita a explorar del tallo a la raíz, esperamos que estos cuatro jóvenes poetas abran ojo y oído a la rica tradición austral que desde tan vivas voces ha explorado y continúa explorando la servil y soberana poesía.
Daniel Hernández
Monja porfiada
Exígeme la madre superiora
que renuncie de inmediato al verso,
so pena de llamar al confesor.
Exígeme la buena y sabia madre
que en esto muera aunque me muera,
que ya sabrá el alma bien liberarse
cuando deje esta frágil morada:
que no fatigue en hacerme violencia
porque como el cilicio o el ayuno
el metro ordena todo apetito;
que cuente con los dedos de la mano
cada pie de dáctilo, o espondeo,
cual del rosario las redondas cuentas.
Pero que huya, corra, vade retro,
aunque los sabios digan lo contrario,
de la rima que es cópula y beso,
yunta de bueyes, connubio espeso,
bilis negra del varón atrabiliario.
A los mártires de Nagasaki de 1567
Como jesuitas que marchan al martirio
los bomberos de Fukushima
se acercan al sagrario que tiembla
–San Francisco Javier, ingeniero nuclear
estuvo allí en 1549,
abrigándose las manos con leña–
no para reparar los motores
del sistema de refrigeración central
del Santísimo Sacramento
sino para que la bóveda metálica
empiece a arder y lo consuma todo
Cuaresma comienza en febrero
A la hora de la misericordia
entran con el pelo lleno de arena
y marcados por el sol los tirantes
del bikini en la espalda
miran al crucificado allá arriba
y les parece ver un salvavidas
apostado en su caseta de vigilancia
(víctima de una insolación terrible)
y la túnica que apenas lo cubre
un traje de baño completamente old fashioned:
el olor a coco del bloqueador
sube como un incienso hasta nosotros,
los penitentes de negro
junto a las viudas que quedan
abrazados por el sol de la misericordia y el verano.
Televisión en el internado del Colegio Santa Marta
El vuelo de la novicia voladora, Carmencita
fruto de la liviandad más que de la oración
la práctica de la caridad o el celo apostólico
programa orquestado seguramente por poderosos detractores
del Concilio Vaticano II y los enemigos de la Iglesia
emitido por televisión en sospechosa proximidad con las reuniones
de los padres conciliares
como si las reformas de allí emanadas
no tuvieran más peso que el de una fatua religiosa
que se eleva de forma involuntaria por los aires,
simples ligerezas sin más repercusión que nuestras Hermanas
de ahora en adelante dando saltos caprichosos
mientras visten los hábitos de la vida consagrada
El vuelo de la novicia voladora no corresponde en ningún caso
Carmencita
a la levitación experimentada por los santos
más bien se trata de su degradación secular
vuelo errático o peso muerto en caída libre
como el de una almohada amarilla
lanzada desde la torre del campanario
por algún seminarista loco
prodigio sólo destinado a la confusión de las almas
Roma
Yo fui asesinado por el ahora tan famoso Caravaggio
en circunstancias nada claras
sólo entendí que me cubría una tela roja
aparentemente después de un partido de pallacorda
dicen que me esperó en un callejón oscuro
mal perdedor
me cortó la oreja, Simón Pedro
me cosió a puñaladas como a un muchachito virgen
sacó el chuchillo tibio con sangre de la ingle
según cuentan testigos más atentos que yo
que me moría sin insultarlo
Mi memoria se levanta a deplorar
los comentarios sobre vida y obra que circulan
Nadie entre los míos se atrevería
siquiera a proferir
la palabra claroscuro con respecto a mi cadáver
Ni menos a comparar en mi presencia
mi muerte joven de mancebo
con la cabeza de un Isaac sostenida por los pelos
En vano insisten los ángeles custodios
El asunto me provoca un profundo aburrimiento
No me interesan ni sus cuadros
Ni su técnica exquisita
Ni por qué el Papa Pablo V
le perdonó la vida, siendo tan amigo de mi padre
Yo fui asesinado por ese Caravaggio
y en lo que a mí respecta
el criminal huyó de Roma
Conservación del rito tridentino
Tenemos fieles de cualquier edad
nunca cortamos con la jerarquía
ni hacemos ninguna iglesia paralela
Celebramos la misa de espaldas a los fieles
pero nadie acusaría al piloto de un avión
de no ver a los pasajeros cuando vuela:
eso es lo que pasa en la liturgia.
García Márquez aprendió a escribir sus primeras crónicas leyendo a Tejada. Antes que Rivera o De Greiff, este antioqueño fue el mejor escritor de los años veinte.
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