
¿Cuál debe ser el papel de la crítica literaria? El autor responde a un ensayo de Carolina Sanín publicado recientemente.

Tenía los ojos preñados de voces.
Gaspar Brontes
En una playa de Villa Gesell hay un fantasma que recoge piedras. Los habitantes de la zona han visto las marcas en la arena y han escuchado una conversación en clave de sorpresa a contrapelo del viento, viniendo del envés de la caseta del guardavidas. El catálogo de los días y sus gradaciones, la forma exacta de la luz y las genealogías de la mirada adornan la sospecha de aquellas gentes. Porque hay testamentos feroces que lanzan sus vectores a la posteridad en forma de cortantes oraciones. Sin embargo, este fantasma, dicen, escribió sus testamentos (alocadas cartas de extensión perfecta)[1], no para quienes se quedaban, sino para quienes ya habían partido.
Dicen que, convencido de su vocación de recordar por los demás, cuando en el ejército, empapaba su ropa y dormía con ella puesta, y combustionaba papel para respirar el humo y darse de baja por bronquitis o pulmonía. Ese diseño de la enfermedad como forma de evasión del sinsentido bélico le permitió abrir la puerta a la presencia de todas aquellas personas que fueron torturadas por la vida y buscar los perfiles de sus voces, a tientas, por los caminos de la tierra, en los anaqueles de su biblioteca. Y, sin notarlo, o sabiéndolo, pero con un cigarro de hierba en la boca y media sonrisa, cuajó para este mundo la propuesta estética de Roberto Bolaño: ENFERMEDAD + LITERATURA = ENFERMEDAD.
Pero la enfermedad en la literatura es una mariposa negra que, azarosa, deja sus huevos corruptos aquí para que eclosionen allá. Con el tiempo, aquel fantasma cadetearía para Emecé y en uno de los mandados, leería de inicio a fin en unas horas, en tanto el parque que lo contenía era desbastado por el paso de la luz, un manuscrito que Bioy Casares habría de apuntalar en su presencia. El click del justo encaje de las partes de esa narrativa es el click de su páncreas que luego lo traicionaría para sentarlo a escribir la continuidad fragmentaria de su obra en las contratapas de los viernes.
Recordemos (como nos enseñó) que, en una de esas contratapas, nos señala dos modos de continuidad: 1. El cerebro de un delfín es el cerebro de Einstein. 2. La sensación de unión sutil entre dos océanos distantes por cuenta de las personas y paisajes y restaurantes y moteles y peajes del camino. Así mismo, hay una correlación entre un páncreas estallado y una piedra recogida de entre las arenas de Gesell y puesta sobre un anaquel para iluminar una historia que se cristaliza en una sintaxis única. Mishima, en El sol y el acero, quiere abolir la palabra, el concepto, la idea y la fantasía para acercarse a la carne, es decir, a lo físico, y en lo físico descubrir el dolor y la intuición. Su sentido destilado estará en el combate, en las artes marciales, en las que no se piensa; se fluye. El golpe que se encajonará a un oponente no es un esfuerzo de la voluntad sino un movimiento callado que halla su lugar ya dispuesto en el espacio para acogerlo. Ahí la victoria. Las contratapas de este caminante de las playas de Gesell vienen a ocupar su sitio preciso en la literatura.
La muerte del hijo en “Lemonade” de Raymond Carver es el punto culminante de una cadena de acciones que inicia con el surgimiento del árbol del limón en los albores del tiempo y que sigue con el descubrimiento de su uso, la industrialización de su producción, los recolectores, transportadores y empacadores del fruto para exhibirlo en un almacén, donde será comprado por el padre que perderá a ese hijo ahogado en el río, por cuenta de un termo de limonada. La última contratapa de Forn habla de los rapsodas y de Homero, y de Milman Parry como recolector de voces; una detonación sella misteriosamente el destino del homerista (el chicotazo de la pistola será la causa de la muerte no la explicación), una detonación gemela será el corazón de Forn rebelándose, ahogándose en sangre. Pero de Juan no habrá una mitografía de su muerte como sí la hay con Parry, sino, como de Homero, una de su vida en la pregunta incandescente por las voces que le habitaron la mirada.
Bogotá, mayo 2022 – llueve a cántaros
[1] Desafiando la lapidaria convicción de Agustín de Foxá acerca de que toda forma de la perfección es una variedad de la muerte.
¿Cuál debe ser el papel de la crítica literaria? El autor responde a un ensayo de Carolina Sanín publicado recientemente.
Discurso de aceptación del Premio Silva a la Crítica Literaria, otorgado por la Casa de Poesía Silva en 1997.
Una lectura del poeta oaxaqueño Enrique Frías, quien como todos los poetas de Latinoamérica, se lanza a una búsqueda de la oscuridad de los tiempos y de la memoria.
Reseña de la novela Los Moriscos, escrita en 1845, por el primer presidente afrodescendiente de Colombia: Juan José Nieto Gil
Este es un recuento del evento "Tómese un tinto con Javier García-Pozuelo", en el que se charló sobre su novela "La cajita de rapé".
Kirvin Larios reseña el libro de cuentos "Sirirí", del autor bogotano Francisco Barrios.