Mi primer día en la historia de la humanidad

Por: Richard Jaimes

Arte por: Octavia Russo

 

“Un pueblo que huele a miel derramada…”
Juan Rulfo

 

Es inevitable no pasar la lengua sobre tanta miel derramada,

degustar la sangre, el perdón y el olor de todos los pecados,

cuántas veces me he visto caer arrepentido sobre una tierra vacía

buscando entre las piedras que me azotan la respuesta

un camino menos doloroso;

pero la arena penetrante de los poros

me hace vulnerable a tanto viento sin dueño,

y sonrío con la sonrisa de mi madre como invisible cicatriz pasajera,

y viene una mano llena de dolor a tomarme de costado

a darle ánimo a mi estómago vacío, a mi visión partida;

cómo negarme entonces a tanta caridad prestada,

cómo decir que no sin voltear la cara para no caer en la carcajada,

cómo aparentar estar bien entre tanta miel derramada

con su viscosidad valiente

que se pega como estas letras entre los dientes,

y decir en una frase que es mejor estar así, muerto en el desierto

que en una ciudad preñada de farsantes y ratas elocuentes

que se pasean por las casas haciendo uso de sus sabias mañas,

preparando el ataque, haciendo nidos para la ruina y sus alcances,

evitando la alarma de los poetas y los héroes que abandonaron el planeta,

masticando en silencio tras las neveras abiertas

los restos del naufragio y el crepúsculo austero de los viajeros,

cuando en ese frío dulce de la muerte y los ataúdes vacíos

comprende la memoria nuestra amistad con las fracturas,

repletos de miedo, repitiendo las alabanzas frente a las escuelas

donde nos enseñaron a pedir el pan de la forma más sagrada,

pero no nos dieron las semillas ni la tierra, solo un cuarto pasajero

en el mismo cementerio donde se olvidan todos los poemas.