
María, jamás dispararía un arma para demostrarte que te amo

Mañana
ya no habrá rosas
pero la mirada
conservará su incendio.
“El jardín de la esperanza”
José Emilio Pacheco
Mis secos ojos quieren dominar la penumbra
la negra soberbia de su imperio
se me cuela por la boca
Gaspar Brontes
Uno lee Temporal, del poeta oaxaqueño Enrique Frías, y se acomoda de otro modo a la temperatura del instante. En tanto se lee, se alarga una mano y se deja suspendida, a la espera, en defensa, acaso, de un golpe. Luego se siente el hormigueo, una reverberación que se va desenvolviendo, que va descubriendo su cola de lagarto de debajo de los pliegues de esa atmósfera circundante.
Es la adolescencia. Es el furor que medra en el corazón cintilante de la inocencia. Leer a Frías es darle la vuelta al día, poner de cabeza un reloj de arena que se quiere agotar, es empujar el cristal de la ventana y mirar el mundo por el reverso y notar que lo que es un ocaso, es un alba, que el pájaro no se ha internado en la arboleda, sino que ha atravesado la noche para encontrarnos.
La búsqueda de Enrique Frías es desesperada como la de todos los poetas de Latinoamérica. Una búsqueda en la oscuridad de los tiempos y de la memoria. Una pregunta en una conversación a oscuras, muy en clave de Del olvido al no me acuerdo, sí, con la voz de Juan Rulfo de fondo, no porque su poesía sea oral o campirana como la voz de sílabas alargadas, perezosas y brillantes de ese fantasma en llamas que es Rulfo, sino porque se trata de un combate a muerte con el olvido. Los intersticios, como estrías o cicatrices, que se abren entre verso y verso, que no son el silencio sino la pausa, una pausa rebosada de locura, una respiración pesada y rodeada de perpleja desazón, son corrientes de viento que quieren cristalizar el pasado.
Leo a Enrique y escucho la voz de las horas goteando sobre la superficie del instante; veo a Enrique, como un aparecido, con su sombrero negro aguantando la venganza del sol oaxaqueño, haciendo ademanes de perro extraviado para siempre en la materia de idioma.
Leo:
Yo iré al mar,
para recordar que no soy nada,
y que a la vez en mí la infinidad.
Y el ostinato de Arcadhianonstabian, esa bandita de Mazatlán, se levanta para acompañar la voz del poeta que lleva, a pesar de la canícula, del polvo, de la piedra ardiente que le quema los pies, un temporal por dentro. Eso o uno de esos instrumentales de Soulfly que surgen del fondo opaco de los días para instalar la polvareda del origen, de nuestro origen latinoamericano.
Frías lee sus poemas como si su voz surgiera del fondo de un sueño, un sueño que es un velorio o el rito funerario de un héroe voraz.
Leo:
te miras ajena,
Como ruinas de ancestros a los ojos nuevos
Leo:
Fantasma de luz incendiando el cuarto.
Escribo poemas que mañana
No seré capaz de decir.
Leo:
Los días no saben que terminan.
Y comprendo que la poesía nos precede, que hay que saber afilar la mirada y el olfato para apresar esa lluvia incesante que nos aborda desde adentro.
Bogotá, Nov, 2019
Son tiempos de lluvia y revolución
María, jamás dispararía un arma para demostrarte que te amo
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