
Los autores hablan sobre el proceso creativo y el contenido simbólico de su propuesta, que hace un firme llamado a recordar.

En el 2017 empezamos un recorrido literario por el continente mi amiga Laura y yo. Me invitó ella, que es diseñadora gráfica, escritora y fotógrafa. A mí me tocaría lo mío: ser traductora. Las reglas del viaje eran simples y se fueron moldeando a lo largo de las cinco ediciones que ya tenemos publicadas: compilar y traducir en nuestro país, Brasil, y en nuestro idioma, el portugués, textos de escritoras latinoamericanas contemporáneas, vivas y en plena actividad.
Laura Del Rey es, además, socia de Editora Incompleta, una pequeña y hermosa editorial independiente ubicada en São Paulo, sello bajo el cual publicamos la revista. Desde algún tiempo habían sido muy evidentes para nosotras las discrepancias entre los géneros que, por supuesto, acaban por permear el medio editorial y artístico. Queríamos leer más mujeres, conocer sus trabajos, que tuvieran espacio, que escribieran, que llegaran a su público y todo aquello que, no pocas veces, les cuesta más lograr debido a su género. Y no pienso que haya exageración en afirmar que el éxito literario les cuesta más a las mujeres que a los hombres, porque además históricamente las estadísticas no están en nuestro favor. Tampoco creo que sea alguna novedad (la reciente película La esposa trabaja un interesante abordaje sobre esta tensión entre los géneros a la hora de afirmarse escritor/autor). Si bien es verdad que las mujeres son mayoría en el mercado editorial, todavía son las que menos ocupan puestos directivos y de decisión. Y las que menos publican. Decidimos, entonces, poner nuestro grano de arena para acercarnos a este objetivo. Y así nació nuestra revista literaria: Puñado.
En la primera edición, en la que teníamos poco más que nuestros currículos, un boceto de diseño gráfico y una modesta propuesta financiera para presentar y convencer a las autoras, y en algunos casos sus agentes, del potencial del proyecto, conseguimos la participación e la chilena Lina Meruane, la puertorriqueña Mayra Santos Febres, la argentina Inés Fernández Moreno y la galardonada mexicana Elena Poniatowska. Eso nos sirvió de prueba: había otras que pensaban lo mismo que nosotras, grandes mujeres a las que admirábamos y que estaban dispuestas a tomar parte en una iniciativa pequeña para ayudarnos a abrir un sendero desde sus países, a partir de su trabajo, para que ellas y otras mujeres escritoras del continente llegasen al polisistema[1] literario de Brasil. Ellas, como nosotras, pensaban que el idioma no podría ser una barrera y dejaron sus textos a nuestros cuidados.
Los textos con los que nos hemos enfrentado confirman, cada día, otra de nuestras convicciones, que es la de que no existe una escritura femenina, la literatura no es cuestión de género. Sin huir de ningún tema, de la crudeza o lo tabú, sus palabras son, a la vez, joya y cuchillo. Nos llevan de las más poéticas y sublimes construcciones de una Diamela Eltit a la narración perturbadora de una Mónica Ojeda. De la risa provocada por el sinsentido de Claudia Ulloa Donoso, al profundo dolor emanado por la narración de Edwige Danticat sobre una madre de fetos muertos. El continente nos brinda a cada edición con Escritoras con E mayúscula, que (ahora, apropiándome de Lina Meruane) no temen:
Disparar
Disparar
Disparar
Disparar
Disparar
Y ellas disparan sus palabras hacia nosotros, sean ellas erizadas o blandas, repletas de puntas o de grietas y mundos interiores. Cada día, en cada texto, nuestras escritoras convierten en literatura la experiencia vital de todo un continente. La materialización de una literatura tan integralmente nuestra es una forma de resistencia y, para mí personalmente, un aliento existencial.
Quizás el gran ejercicio diario de la mujer latinoamericana es el de existir en este mundo y no temer. Nuestras escritoras son la prueba viviente. Hasta la quinta edición, diez de las veintidós autoras publicadas son actualmente inmigrantes en países de Europa o Norteamérica, y eso se relaciona directamente con las posibilidades de trabajo que se les presentaron. La diáspora de la escritora latina es lo que en muchos casos les permite vivir de su escritura y de su labor académica o intelectual. Entre las escritoras negras, el número de ellas que han podido desarrollar sus carreras en el país de origen disminuye todavía más: solo tres (Mayra Santos Febres, Melanie Taylor y la brasileña Jarid Arraes, invitada a escribir un cuento inédito para la edición que celebró nuestro primer aniversario).
Las cuestiones de representatividad son una herida abierta y un problema real de nuestro continente multicultural, multilingüe y multiétnico. Por eso creíamos firmemente que un proyecto como Puñado debería convertirse en realidad. Desde el punto de vista de la labor de curaduría y traducción que realizamos, intentamos, aunque en una microescala, ayudar en la construcción de puentes que nos ayuden a mitigar estas desigualdades perpetradas por siglos de colonización, esclavitud, machismo, violencia. Como era de esperar, el camino hacia un conjunto de textos y autoras menos homogéneo no está exento de esfuerzo, porque los medios de búsqueda y prensa no están, en general, hechos para promover la diversidad. Sin embargo, tenemos claro que es este el camino que hay que seguir, de otra forma solo estaríamos consolidando los mismos estándares de siempre.
Abrir posibilidades para la construcción de un nuevo canon literario para Latinoamérica, uno más integrador y plural, es una tarea particularmente especial para una traductora. Somos este tipo de personaje que trabaja desde las sombras, y nuestro trabajo es tanto mejor en la medida en que se reconoce en él la labor del autor original. El equilibrio de una buena traducción se apoya sutilmente sobre nuestra capacidad de comprender en profundidad un texto (ser una especie de lector especial, calificado —lo que nos quita mucho del placer de aquella primera lectura sorprendente y sin pretensiones) y la habilidad de tejer esa escritura ajena, con la misma fuerza e impacto, en el idioma de llegada (en nuestro caso, el portugués brasileño). Traducir literatura es un acto de creación compartida, de transposición a través del lenguaje, posible únicamente a partir de la empatía unida a la ausencia del ‘ego del artista’ —la crítica no es responsabilidad nuestra. No es nuestro papel cuestionar las elecciones y el estilo de un autor, pues su discurso es la materia prima total y acabada de nuestro trabajo. Humildemente, debemos aceptarlo, defenderlo de alguna edición, o de las múltiples revisiones y, no pocas veces, de nuestras propias ideas y juicios de valor. Todo ello, claro, sin perder la coherencia y la fluidez lingüística de nuestros propios idiomas. De nuestra lengua también solemos ser los más fieles y feroces abogados.
En Puñado, seleccionamos los textos de cada edición bajo un eje temático (Exilios, Delirios, Familia, Rituales y Limbo –a los que seguirá Recorrido, tema de nuestra edición de segundo aniversario, que se lanzará en septiembre próximo). Las conexiones entre los cuentos y el tema pueden ser más o menos concretas, más o menos claras. Hasta el momento hemos publicado a escritoras de dieciséis países, con textos originales en tres idiomas (inglés, español y francés), lo que supuso un gran abanico de acentos, de variedades lingüísticas, de ritmos de habla, de aspectos culturales, geográficos y sociales que tuvimos que aprender, y luego aprender a transformar y transponer (¿qué es lo que se adapta?, ¿qué es lo que no?, son eternos dilemas). Siempre queremos que suene bien en portugués, pero sin perder aquella especie de ‘sabor’ propio de cada historia, de cada ciudad que visitamos a través de los cuentos. Las soluciones las vamos encontrando sobre la marcha, y personalmente no creo que ninguna decisión en el ámbito de la traducción tenga que ser definitiva. Ni que una misma solución se aplique a todos los textos, pues cada obra es un universo en sí misma. Para los manuales y textos técnicos están hechas miles de herramientas de traducción. Para la literatura, seguimos aquí nosotros, y me imagino que por mucho tiempo más.
Traducir consiste escuchar lo que dice el otro, y aunque frente al más transparente discurso, preguntarse a sí mismo ¿es esto realmente lo quiere decir? La traducción literaria no es lugar para acomodarse en soluciones rápidas y fáciles porque la literatura no es el terreno de lo obvio. En el caso de nuestra revista, traducir esas escritoras es estar demasiado cerca de cada una de ellas, aunque nos aparte un idioma y un continente entero. Traducir también es permitir al lector una experiencia particular con aquella obra, y es por esta razón que considero el trabajo del traductor (bien como su repertorio lingüístico y cultural) fundamental dentro de la literatura, ya que sus elecciones moldearán una experiencia de recepción y comprensión de una determinada obra, compartida por miles de lectores.
Pensando en nuestro trabajo en una publicación como Puñado, además de la enorme responsabilidad frente las autoras y nuestros lectores, el proyecto nos brinda la posibilidad de realizar un cambio importante, real y tangible dentro del contexto en que trabajamos, en el lugar donde habitamos, existimos, hablamos, nos relacionamos, amamos. Estableciendo una red entre mujeres ‘de las letras’ (no solo desde el punto de vista de la escrita, sino de varias tareas como traducción, diseño, revisión y tantas otras) hemos podido abrir un pequeño espacio de intercambio, ‘una habitación propia’ para esta literatura genuinamente nuestra, espejo de nuestras cuestiones, interlocutora de nuestras múltiples maneras de ser. A través de las traducciones en Puñado he obtenido el poder invisible de pasar la palabra a otras mujeres, de contextos parecidos o totalmente distintos al mío, y estoy segura de que esa experiencia nos ha fortalecido a todas en la medida en que nos ubica como sujetos protagonistas dentro de un proyecto dedicado a la literatura, en la medida en que nos pudimos dar cuenta de que no estamos solas, somos colectivo. En entrevista a Puñado, Diamela Eltit, premio nacional de literatura en Chile, dijo a la periodista Renata DaCosta que los movimientos y colectivos de mujeres son fundamentales, ya que el sistema necesita la colaboración (o la omisión) de las propias mujeres para mantener su hegemonía masculinizante. Pues, entonces, espero que sigamos trabajando colectivamente en contra de la hegemonía en el medio editorial (bien sea respecto al género, la raza o cualquier otro aspecto de lo social), y que nuestro continente produzca muchas otras “Puñado”, con nuevos matices y propuestas.
Quizás sea este un gran momento para ser traductora, mujer y pertenecer a este enorme Sur.
[1] De acuerdo con el investigador israelí Itamar Even Zohar, el polisistema es “La red de relaciones que se hipotetiza obtener entre una serie de actividades llamadas ‘literarias’ y, en consecuencia, estas actividades se observan a través de esa red”. Brasil, si aplicamos la teoría de Zohar, se considera como un polisistema joven, entre otras razones, porque, a pesar de la existencia de una literatura nacional prolífica y consolidada, el conjunto de publicaciones que sale a la luz anualmente en el país demuestra que una parte importante del repertorio editorial depende de otros sistemas disponibles (lenguas, culturas y literaturas, como sucede con la traducción literaria).
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