
Un relato sobre la muerte enamorada, que transcurre en el Pac?fico colombiano, de un tono legendario y local.

“[…] that which is neither this nor that, and yet is both” (Victor Turner, The Forest of Sumbols)
Hablemos de lugares inter-medios e inestables. De ahí el tinglado: hilos, un estanque, una cueva, el sueño, la palabra. Hablemos del mundo de Neil Gaiman. Del mundo de la traducción.
En uno de sus libros recientes, Anansi Boys (publicado en español como Los hijos de Anansi), Gaiman hace gala, de nuevo, de su gran capacidad para lo que, sin recurrir a la estandarizada noción de lo fantástico, podemos denominar la doble visión. Su personaje, un contador apocado y de poca monta, termina descubriendo que es hijo del mitológico Anansi, urdidor de historias. Los hechos que le ocurren son menos importantes, tal vez, que el modo como Gaiman mueve al contador entre dimensiones y tiempos. Este personaje termina heredando parte de los dones de su padre, el trickster.
El diccionario consigna como equivalencia “embaucador”. Pero por la naturaleza de este personaje, y por el carácter aproximativo de cualquier traducción, eso es impreciso. Anansi no es un tramposo a secas ni un engañador sin más.
Más cerca está, tal vez, de aquel terreno que los mayores llamaban diablura o picardía: una travesura entre juguetona y arriesgada, entre peligrosa e inofensiva, entre desafiante y tierna. No era la manifestación maligna en todo su esplendor, sino un diablito que tascaba un terrón de azúcar en un rato libre, azotando gatunamente su cola. En este desliz incómodo, inexacto, entre diablura y picardía queda la noción de trickster.
En sus vastos, ricos, misteriosos dominios yoruba, retratados finamente en Anansi Boys, Anansi –divina araña– desborda el embauque y la picardía. Pende entre el reglado mundo y el mundo imprevisible, entre lo sabido y lo azaroso. Quizás por eso, las dudas sobre su moral y su contradicción son las mismas que recaen sobre los traductores. Anansi Boys es sin querer una completa ilustración de las acciones, riesgos y gozos de una traducción; Anansi, la ilustración mejor del mundo en que un traductor teje.
Veamos a esta arañita en la enjundiosa metafísica yoruba.
Anansi es ante todo la sincronicidad total. Y, con todo, está en constante devenir. De ahí su carácter contradictorio, ambiguo, liminal, fuente de su poder de renovación. En otras palabras, “No es esto ni es aquello, pero es ambas cosas a la vez”. Extraño no es, con todo esto en mente, que sea un transformista. Anansi “habla todas las lenguas y abraza todas las formas” (Pelton, 281), en la bella fórmula de Pelton.
Anansi boys es una compleja ilustración de estas potencias: desestabiliza la separación de mundos animales y mundos animales humanos, acoge tiempos dispares y colapsa espacios imaginativos y cartográficos explotando la transhumanidad de Anansi, su ser a la vez araña de fábula y un tipo de bombín, padre de dos hijos, que muere, micrófono en mano, cantando karaoke. Ese es su gesto más completo de rebeldía contra la división entre un universo-tiempo mítico y un universo-tiempo “real”, que es a buen seguro lo más fascinante de este libro. Técnicamente ni pícaro ni embaucador, entonces, Anansi (siguiendo a Pelton) materializa la traducibilidad de lo divino, lo animal, lo astral y la experiencia geográfica (267). En ese camino de desdoblamiento, de cruce, de transformación, la palabra hablada, la adivinación, el canto a veces, es su instrumento privilegiado.
Pocas artes como la traducción para invocar diatribas y poéticas. La mayoría de ellas, con referentes occidentales: la poesía, lo escrito, lo inefable, la correspondencia y la fidelidad. Todas más o menos elogios de la fijeza. Anansi, en este libro de Gaiman, evoca muy musculosamente una poética de la traducción con un sustrato yoruba-fon, en cuerpo de una arañita que hace posible el asombro y la risa, que permitiría pensar en los traductores como agentes de la sincronicidad, y pensar lo traducido (a fin de cuentas, palabra) como algo en perpetua mutación, que está siendo de continuo en dos lugares a la vez, ambiguo y contradictorio por necesidad. Que la denominación en nuestra lengua para el trickster contenga un trasfondo de catolicismo o de moral moderna, como embaucador o como truculento o pícaro, es diciente de una imposibilidad de apropiación de esa metafísica, cuyos excedentes se resisten. La metafísica del trickster es una veta formidable para pensar la traducción desde otros terrenos menos familiares para la escritura. A eso he invitado aquí a esa arañita.
Pelton, Robert D. The Trickster in West Africa. A Study of Mythic Irony and Sacred Delight. U of California P, 1980 (traducciones propias).
Gaiman, Neil. Anansi Boys. HarperTorch, 2006.
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